Con frecuencia, algunos adultos recurren al viejo truco de decir mentiras a los niños, especialmente a los más pequeños. Es un patrón de conducta que muy probablemente hemos heredado de generaciones anteriores, quizás porque a nosotros nos lo hacían en nuestra infancia. ¿A cuántos de nuestros abuelos o padres les decían que el hombre del saco se llevaba a los niños que no se portaban bien? ¿A ti te dijeron algo así?
Por fortuna, el temido hombre del saco parece que ya no es causa de tormento para los niños de hoy. Sin embargo, el recurso de amenazar con algo falso sigue siendo bastante recurrente. «Si sigues llorando (gritando, portándote mal, pegando a tu hermano, etc.) va a venir el policía (el señor, la señorita, etc.) y nos va a regañar.»
¿Por qué decimos mentiras a los niños? ¿Está justificado decirlas? ¿Qué se quiere conseguir con ellas?
Todos sabemos que mentir está mal. Niños y adultos decimos mentiras por vergüenza, por ocultar un comportamiento no aceptado o un error no intencionado, para evitar un castigo o por proteger a alguien. Sin embargo, hay un tipo de mentiras, a las que se les suele poner el calificativo de «piadosas», que se utilizan con mucha frecuencia y que se justifican porque se obtendrá algo positivo con ellas.
Con los niños, se recurre a este tipo de mentiras «piadosas» principalmente por dos motivos. El primero, obtener una conducta condicionada o regulada por una persona externa que es, supuestamente, quien impide ciertos comportamientos. Por ejemplo: «el señor de la puerta nos ha dicho que no se puede gritar aquí.» «Si sigues llorando, el encargado nos echará de la tienda porque no aceptan niños que lloren.»
El segundo motivo es por evadir la responsabilidad de decir que no a algo. Por ejemplo: «la heladería está cerrada y ya no podemos comprar helados.» «No puedes ver la tele porque está descompuesta.» Si no queremos que coman un helado porque ya es hora de cenar, o cualquier otro motivo, siempre es mejor decir la verdad y no inventar que la heladería está cerrada.
Decir mentiras, piadosas o no, a los niños no es una conducta respetuosa hacia ellos. El hecho de que sean pequeños, que tengan una imaginación desbordante en la que todo es posible y que crean en cosas fantásticas e irreales, propias de la edad, no justifica que abusemos de la confianza que tienen en nosotros para conseguir corregir o detener una conducta no deseada, ni para evitarnos lidiar con una posible rabieta. Existe una línea muy fina entre respetar la fantasía de los niños o dar una respuesta creativa y decirles una mentira que ayude a salir del paso.
Además, hay otro tipo de mentiras que las decimos en forma de amenaza o advertencia: «Sino te terminas toda la comida del plato, no vas a crecer.» Muchas veces son frases que nunca se cumplen y que, por tanto, caen en la mentira. Lo mismo ocurre cuando prometemos cosas que no vamos a cumplir. Y, con el tiempo, los niños aprenden a detectar cuando algo de lo que les decimos no se cumplirá.
Decir mentiras a los niños siempre tiene consecuencias.
La verdad siempre sale y aunque sean pequeños e inocentes, poco a poco se van dando cuenta de que algunas cosas que les decimos no son verdad. Por lo tanto, uno de los riesgos a largo plazo es que perderán la confianza en nosotros y comenzarán a poner en duda lo que les digamos. Y, una buena relación entre padres/madres e hijos necesita que haya confianza entre todos.
Además, como bien sabemos, los niños aprenden más por el ejemplo que por lo que les decimos. Así que, si nos escuchan a nosotros decir mentiras o ser poco honestos, aprenderán que es algo que ellos también pueden hacer para obtener lo que quieren o para evitar lo no deseado.
Por otro lado, si dejamos caer la responsabilidad de no poder hacer algo, -como no ver la televisión porque está descompuesta, o no usar el móvil porque no hay internet, etc.- en otra persona u objeto (la televisión, el Internet, el policía, etc.) estamos perdiendo una oportunidad fantástica de que ejerciten algunas habilidades como el autocontrol, asertividad, paciencia o tolerancia a la frustración.
¿Qué podemos hacer en lugar de decir mentiras a los niños o promesas que no se van a cumplir?
Lo principal es ser asertivos nosotros mismos al hablar con nuestros hijos o con las demás personas. La asertividad es la capacidad de expresarnos de una forma clara, firme y respetuosa. Esto es: poder decir lo que pensamos, lo que queremos o no queremos, lo que nos gusta o nos desagrada libremente, pero sin ofender ni faltar el respeto a otros.
Es una habilidad que parece fácil, sin embargo, en muchas ocasiones es difícil llevarla a la práctica. Muchas veces no nos expresamos con total libertad temiendo el qué dirán, por vergüenza, por no molestar, por ser políticamente correctos, etc. O, por el contrario, decimos lo que pasa por nuestra cabeza sin detenernos a pensar en la mejor manera de decirlo o si es respetuoso o no.
Si damos ejemplo a los niños de ser asertivos, ellos irán aprendiendo a comunicarse también de esa manera. Más aún, aprenderán a respetar opiniones, gustos y necesidades diferentes a los de ellos. No hay necesidad de mentir diciendo que los juegos del parque están descompuestos. Es mejor decir: «Lo siento, cariño, hoy no me apetece ir al parque.»
Otra estrategia para no recurrir a las mentiras es expresar cómo nos sentimos. En lugar de; «Si dices mentiras te va a crecer la nariz como a Pinocho.» Es mejor decir: «me siento triste cuando no confías en mí y no me dices la verdad sobre lo que ha pasado.» Es importante tener cuidado de que expresar los sentimientos no caigamos en amenazas o chantajes: «Si sigues corriendo por la tienda, me voy a enfadar.»
Por último, los niños -e incluso los adultos- están en proceso de aprender a gestionar adecuadamente sus emociones. No esperes que entienda o acepte felizmente que no le comprarás el helado. Por supuesto que se sentirá enfadado, frustrado, incomprendido, etc.; no es para menos, ¡no ha conseguido lo que quería! Y lo expresará de la mejor manera que pueda: llorando, con una rabieta, quizás tirado en el suelo, gritando, etc. Es una manera de aprender a superar la frustración por no haber obtenido lo que quería.
Por lo tanto, tenemos que estar preparados para empatizar y acompañarlos en esas emociones. Aceptarlas como naturales y parte del proceso, dejarlos expresarlas: estallar de rabia, gritar o llorar. Está bien sentirse así y está bien que lo demuestren. De esta manera también les estamos dando oportunidad de ejercitar el autocontrol sobre su propio comportamiento; y lo irán logrando con el tiempo sino les evitamos situaciones que les generen frustración y los hacemos responsables de su conducta.
En conclusión, siempre es mejor hablar de frente con los niños siendo asertivos, hablarles claro, con la verdad y con palabras que ellos puedan entender. Con una pequeña mentira te puedes ahorrar una rabieta en un momento, pero siendo honesto los niños te respetarán, confiarán en ti y aprenderán con tu ejemplo.