Santi tenía 5 años cuando ocurrió la siguiente escena que, según explica su papá, fue una de las lecciones más importantes de su vida: aprender a escuchar con los ojos.
– ¿Papá?
– ¿Qué, Santi?
– ¡Papá!
– Dime
– ¡Papá, escúchame!
– Te estoy escuchando, Santi.
– Papá, ¡ESCÚCHAME CON LOS OJOS!
¿Te ha pasado alguna vez que estás con alguien en una comida, tomando un café o simplemente intentado explicar algo a otra persona y que ésta esté constantemente mirando el móvil? ¿No te has sentido un poco ignorada? Quizás te dieron ganas de decirle como Santi, “escúchame con los ojos”, o quizás has preferido no seguir explicando nada.
Para conectar con alguien es imprescindible sentirse escuchado y, desde luego, escuchar con todos los sentidos. Así pues, si queremos conectar con los hijos, de la edad que sean, deben sentirse escuchados, como decía Santi, también con los ojos.
En la actualidad, tenemos muchos estímulos a nuestro alrededor que atraen nuestra atención, a veces simultáneamente, y que nos impiden centrarnos en lo importante, en lo que en ese preciso momento deberíamos concentrarnos.
Me atrevería a decir que el principal distractor es el móvil. Lo tenemos siempre cerca pues se ha hecho casi imprescindible ya que hemos construido nuestra vida a su alrededor. Lo necesitamos para todo: para trabajar, estudiar, comunicarnos, socializar, recordar, ponernos al día de la actualidad, pagar, leer, es nuestra agenda, mapa, despertador, etc. Y también es una vía de escape a la que acudimos para, irónicamente, desconectar de la realidad.
Así es, muchas veces el móvil es una manera de evadir el aquí y el ahora. Según un estudio realizado en Australia una de cada cuatro mujeres y uno de cada seis hombres prefiere pasar tiempo con su móvil que lidiar con problemas más importantes. ¡Qué grave puede ser cuando se evade de la familia, de los hijos que requieren de nuestra atención!
Probablemente habrás visto alguna vez la siguiente escena: un niño que está en el parque gritando “¡papá, mira cómo me tiro del tobogán!” “¡Mamá, ve lo que puedo hacer con el columpio!” Y si volteas a ver al padre o madre, están con los ojos en el móvil, quizás levantan un poco la vista y expresan un “¡lo haces súper bien!” Otra escena que también se repite bastante es un bebé en el carrito llorando y mamá/papá, meciendo el carro y limitándose a hacer shh shh shh mientras ven el móvil.
Que si, que probablemente puede ser que están trabajando (porque la conciliación es muy complicada) o estén en un momento en que les apetezca desconectar y relajarse porque están muy agobiados y estresados. Lo entiendo. Y seguramente yo he sido una de esas madres más de una vez (¿quién no?).
Pero ¿sabes cómo influye en los hijos, sobre todo en los primeros meses y años de vida, que las personas más importantes de sus vidas no les puedan dedicar la atención que necesitan?
A los bebés los escuchamos con los ojos, a través del contacto visual. Todavía no son capaces de hablar y expresarse con palabras, pero sí con gestos, sonrisas y miradas. Conforme van creciendo comienzan a llamar nuestra atención balbuceando, gritando y llorando. Conectamos con ellos cuando respondemos hablándoles, jugando, sonriendo, gesticulando y también a través del tacto: con caricias, abrazos y masaje infantil.
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Hace algunos años, el investigador Edward Tronick realizó el famoso experimento llamado Still Face Experiment -el experimento de la cara inexpresiva- con la finalidad de profundizar en el procedimiento bidireccional de la comunicación afectiva entre el bebé y su cuidador principal.
En el experimento, ponían a un bebé sentado en una silla del coche, y su madre, sentada frente a él, jugaba, sonreía y le hablaba de forma juguetona. Los bebés que participaron respondían alegremente a las expresiones de las mamás y las imitaban. Después de tres minutos de este tipo de interacción, se pedía a las madres que se dieran la vuelta y al volver a girarse hacia el bebé debían mantener una expresión neutra, fría y sin reaccionar a cualquier cosa que estos pudieran hacer.
Entonces los bebés vuelven a buscar la respuesta de su madre, tal y como estaba sucediendo segundos antes. Pero ante la falta de respuesta y la indiferencia de ésta, se mostraron confundidos y hacían diferentes intentos de llamar su atención: comienza haciendo gracias y luego grita, señala, pone sus manos frente a la cara de la mamá, etc. Pasados unos segundos más en los que seguían sin obtener lo que deseaban, estaban desesperados y comenzaban a estresarse; entonces lloraban, se retorcían y sacudían la cabeza para obtener la atención de su mamá.
Puedes ver cómo se realizó el experimento en el siguiente vídeo:
Este experimento se ha repetido posteriormente por otro grupo de investigación en niños de 2 años y medio. Lo que observaron es que también ellos buscaban y reclamaban, con técnicas que demostraban mayor desarrollo, físico, social, emocional y cognitivo, a las madres. Ellos buscaban la proximidad física, les enseñaban juguetes, les llamaban repetidas veces, cada vez de manera más insistente y con la voz más alta.
Vamos, si has tenido hijos en estas edades (¡y hasta mayores!) sabes perfectamente de lo que hablo. Los hijos están constantemente reclamando de nuestra atención de diferentes maneras. A veces hasta llegamos a interpretar como que se están portando mal cuando simplemente lo que quieren es que los veamos y escuchemos eso que es tan importante para ellos. Además, luego los padres nos quejamos de que no nos escuchan o que no prestan atención a lo que decimos.
“La atención que prestamos a algo es el termómetro más exacto de nuestro amor.”
Pablo d’Ors. –
Bien, pues según los resultados de los experimentos de Tronick, los bebés, después de que en repetidas ocasiones y de manera constante, no encontraron respuesta por parte de la madre, comenzaron a desarrollar una depresión crónica. Además, la investigadora Tiffany Field descubrió que cuando pasaban largo tiempo sin recibir respuesta o estímulos podían imitar la tristeza, la baja energía, el escaso compromiso, la ira e irritabilidad de su madre.
Un bebé y un niño en sus primeros años que no recibe la atención que necesita, tiende a desarrollar un apego inseguro con su mamá/papá o cuidador principal. Además, llegan a interpretar que el móvil es más importante que ellos pues preferimos pasar el tiempo con él en lugar de compartir momentos con ellos. De esta manera será muy difícil o casi imposible crear una relación sana y de confianza entre padres e hijos. (Te recomiendo leer: La relación entre la autoestima y el apego seguro.)
Entre las consecuencias de que un bebé o un niño no reciba la atención adecuada por parte de sus padres se pueden enumerar las siguientes:
- Baja autoestima, no se sienten importantes ni valiosos
- Desconfianza en las personas, especialmente en los padres
- Pueden generar un trastorno de ansiedad o déficit de atención
- Inseguridad
- Inestabilidad emocional
- Comportamientos disruptivos y cambios bruscos de conducta
- Desarrollan miedos y fobias
- Incapacidad para controlar sus impulsos
- Pocas habilidades sociales
- En bebés se ha llegado a detectar también bajo crecimiento
Estoy segura de que la mayoría de los padres queremos mucho más a los hijos que al móvil, y que éste es un dispositivo que necesitamos en nuestro día a día; pero aún así necesitamos revisar a quién le dedicamos más tiempo.
La adicción al móvil es real, aunque a veces no lo queramos ver o aceptar. Y, desafortunadamente muchos de nuestros niños están pagando graves consecuencias por ello.
Una buena noticia que Tronick observó durante su experimento fue que los niños no cesaron en sus intentos para atraer la atención de sus padres, sino que continuaron persistentemente el ciclo de: obtener atención, fallar, voltearse, mostrarse tristes y desesperados, voltear nuevamente y comenzar nuevamente para volverlo a intentar.
Los hijos pueden ser muy perseverantes cuando quieren obtener nuestra atención y conseguir que también los escuchemos con los ojos. ¡Ojalá que nosotros reaccionemos y que podamos volver al camino de la interacción con la realidad!
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