La palabra obediencia suele causar diferentes reacciones y puntos de vista en los padres. Hay quienes buscan educar hijos obedientes y, por otro lado, aquellos a los que el simple término les genera un rechazo automático.
Es verdad que los niños obedientes son más “fáciles” y no dan demasiado trabajo pues hacen lo que les pedimos. Son de los que normalmente se dice que “se portan bien”. Sin embargo, corremos el peligro de que en lugar de que estén desarrollando una obediencia sana y verdadera, se estén convirtiendo en niños sumisos que actúen sin tener un juicio propio sobre sus acciones. Bajo esta perspectiva es fácil entrever los peligros y los inconvenientes que puede traer educar hijos obedientes.
Sin embargo, existe un contrapunto, la obediencia verdadera, aquella que cuando se desarrolla de manera sana y respetuosa es una gran virtud.
La verdadera obediencia implica voluntad y libertad.
Tradicionalmente se piensa que obediencia, voluntad y libertad son conceptos antagónicos. De hecho, las personas tenemos una fuerte tendencia a oponernos a lo obligatorio pues consideramos que aquello que es impuesto nos resta libertad porque es algo que nos mandan y que no elegimos voluntariamente.
Sin embargo, nos guste más o menos, la obediencia en la vida ordinaria es necesaria. Por ejemplo, sin la obediencia a las leyes civiles o a las normas sociales la vida en comunidad, en una ciudad, un país, incluso una empresa, un colegio o una familia. no funcionaría. Cada lugar tiene su normativa y las personas debemos seguirlas -obedecerlas- para que haya un orden y armonía en la convivencia. De esta manera aceptamos ciertas normas o asumimos órdenes porque no tenemos otro remedio.
En el caso de la educación de los hijos, enseñarles a obedecer se ha entendido como doblegar o anular su voluntad para que se sometan a la nuestra. En otras palabras, que hagan lo que nosotros pedimos y no lo que ellos quieren.
“Es un error fundamental pensar que la voluntad de un individuo debe ser destruida para que pueda obedecer, es decir, que acepte y ejecute una decisión tomada por la voluntad de la otra persona.”
María Montessori
Pero la verdadera obediencia es todo lo contrario; no nace del sometimiento ni es algo que se deba imponer a través de amenazas o chantajes. Tampoco consiste en quitarles el poder de decisión para que actúen o hagan -sin pensar ni cuestionar- lo que les ordenamos.
Una obediencia saludable es una elección, libre y voluntaria. Por tanto, educar hijos obedientes requiere educar la voluntad para conseguir que el niño haga las cosas por libre elección.
Niveles de obediencia según María Montessori
Los niños, dependiendo de su edad, no están preparados para obedecer. María Montessori explica que la obediencia es un proceso natural que se va desarrollando progresivamente en el niño y que lo más importante, como mencionaba anteriormente, es darles espacio y tiempo para desarrollar su voluntad.
Ella distinguió entre tres niveles de obediencia en los niños.
Primer nivel:
En este nivel encontramos a los niños menores de tres años. Es imposible que los niños obedezcan de manera consciente pues su voluntad está regida puramente por los instintos vitales. Por lo tanto, obedecerán únicamente a sus impulsos y necesidades naturales. Esto significa que, si yo llamo a un niño a comer, vendrá sólo si tiene hambre, si no, no vendrá porque lo que le estoy pidiendo no coincide con su necesidad de ese momento.
Segundo nivel:
A partir de esta etapa se puede considerar que un niño puede comenzar a ser obediente pues es capaz de controlar su voluntad para tomar decisiones contrarias a lo que le indican sus necesidades vitales. Es posible que pueda obedecer de manera consciente cuando le pidamos algo.
Ahora bien, que pueda ser obediente no significa que lo hará siempre. Al igual que muchas otras habilidades, la obediencia necesita práctica. De la misma manera que se necesita tiempo para enseñar y practicar aquellas cuestiones en las que les pedimos que obedezcan.
Este nivel, aunque pueda parecer que es una obediencia verdadera, realmente no lo es pues depende de variables externas, es decir de los adultos o figuras de autoridad que le ordenan. En este caso el niño se limita a satisfacer los deseos de otra persona, no los propios.
Tercer nivel:
Se da cuando el niño consigue finalmente dominar su voluntad y obedecerá no por la motivación de un premio o castigo, sino que será capaz de reconocer una autoridad a la que voluntariamente quiere hacer caso. Es la etapa de verdadera autodisciplina.
María Montessori explica que este nivel ocurre cuando el niño responde con prontitud y entusiasmo, se perfecciona en el ejercicio y encuentra felicidad en el poder de obedecer.
Una vez que el niño consigue finalmente dominar su voluntad y adecuarla a la vida social es cuando puede ser realmente obediente. En este caso lo será no por la opresión o por la motivación externa, sino porque el niño será capaz de reconocer nuestra experiencia y nos dará autoridad a la que voluntariamente quiere hacer caso.
Obediencia a la autoridad y a la norma.
Para que la obediencia sea verdadera y libre debe nacer del reconocimiento a una autoridad justa que es superior a uno mismo y tener confianza en ella. Los hijos reconocen la autoridad en los padres porque confían en nosotros y consideran que es razonable, bueno y seguro aquello que les pedimos.
Por lo tanto, no basta con mandar, sino que es necesario que la autoridad, cualquiera que sea, cuide a las personas, busque lo mejor para ellas y les pida aquello que pueden dar y llevar a cabo.
Por otro lado, en la medida en que nos identificamos con aquello que una norma o la autoridad nos pide y los principios que la inspiran, será mucho más fácil querer obedecerla. Y esto ocurrirá por libre elección personal y no por sometimiento.
De esta manera, los niños aceptarán obedecer voluntariamente cuando aquello que les pedimos les parezca razonable, lo entiendan y descubran las ventajas que eso tiene (siempre y cuando estén en el tercer nivel planteado por Montessori). Podríamos decir que están dispuestos a cooperar con lo que les pedimos porque están convencidos de ello.
¿Cómo lograr una obediencia sana en los hijos?
El primer error que cometemos los padres es esperar que los hijos sean obedientes sólo porque son niños, son más pequeños y tienen menos experiencia o conocimientos que nosotros. El segundo error es clasificar de “niño bueno” a un hijo obediente y de “niño malo” a uno desobediente.
Me parece necesario recordar que no se puede obligar a nadie –niños y adultos incluidos- a hacer algo que no quiere. Por lo tanto, para trabajar en una obediencia sana, aquella que corresponde a la autodisciplina en el tercer nivel Montessori, es necesario enfocarnos en construir y reforzar la voluntad del niño, no en doblegarla a nuestro antojo.
De esta manera, algunos puntos que podemos tener en cuenta para educar hijos obedientes son:
- Mantener siempre el respeto por el niño y su dignidad.
- Tener en cuenta los tiempos y las etapas de cada hijo. No todos están preparados para obedecer al mismo tiempo.
- Paciencia, práctica y constancia. La obediencia es una habilidad que requiere mucha práctica y convencimiento personal.
- Explicar a los niños claramente qué es lo que se espera de ellos y porqué.
- Desarrollar una relación de confianza mutua entre padres e hijos.
- Escuchar, valorar y tener en cuenta las necesidades, opiniones y puntos de vista de los niños. No limitarnos a dar órdenes.
- Crear normas conjuntas en la familia en donde se tenga en cuenta el criterio y opinión de todos, no sólo de los padres.
- Enfocarse en buscar soluciones y no en castigar cuando un niño desobedece.
Como ves, la obediencia sana no es tan mala como nos imaginamos. Pero eso si, debe estar bien planteada y orientada para que no sea sumisión. Bajo esta perspectiva, educar hijos obedientes es educar también hijos con autodeterminación y con una gran fuerza de voluntad.
¿Tú qué opinas? Hijos obedientes, ¿sí o no? Me gustaría saber tú opinión.
Si quieres saber porqué los niños se portan mal y qué puedes hacer para reorientar esas conductas, te recomiendo el curso online «Descifrando las malas conductas de los niños.«