«El regalo más valioso que podemos dar a un niño es una imagen realista y positiva de sí mismo.” -Haim Ginott-
El lenguaje que utilizamos tiene una gran fuerza, incluso determinante, en nuestra mente. Las palabras, dice Luis Castellanos, investigador y experto en lenguaje positivo, forjan nuestra personalidad, nuestra memoria y nuestra capacidad de ver el mundo. El poder de las palabras en la autoestima de los niños, y también de los adultos, es enorme. Cada frase deja huella en el cerebro y determina la forma de actuar y sentirse, aun inconscientemente.
La imagen que una persona tiene sobre sí misma, es decir, su autoconcepto, se forma, en parte, a través de la información que recibe de los otros sobre cómo lo ven o lo describen. Así pues, las palabras que nos dicen los demás influyen en la forma en que nos percibimos y, posiblemente, actuemos.
Por su parte, la autoestima es la creencia de ser valioso, capaz, de sentirse aceptado, amado y con la posibilidad de contribuir al bienestar de los demás. Tener un buen concepto de uno mismo, es decir, conocer las propias cualidades y fortalezas, favorecerá una buena autoestima.
Los niños van formando su autoconcepto y, en consecuencia, su autoestima, paulatinamente a través de su propia experiencia y también de los comentarios que escuchan sobre ellos. El poder de las palabras en la autoestima de los niños es tan potente y muchas veces subestimado. Incluso hay quienes opinan que las palabras no tienen ninguna repercusión, como aquello que dice que “las palabras se las lleva el viento”.
Sin embargo, nada está más alejado de la realidad. Así como las expectativas de los padres influyen en el comportamiento de los hijos, las palabras que les decimos, los adjetivos que utilizamos para describirlos o referirnos a ellos, dejan una marca en su persona y en su autoestima.
Una manera de entender esto es pensar que la imagen que un niño tiene de sí mismo es como cemento húmedo. Cada una de las palabras y reacciones que tenemos frente a él dejará una marca y moldeará su carácter y su desarrollo. Así pues, los padres debemos asegurarnos de no dejar ninguna marca de la que nos podamos arrepentir cuando el cemento endurezca.
¿Cómo favorecer una buena autoestima en los niños a través de nuestras palabras?
Se puede aprovechar positivamente el poder de las palabras sobre la autoestima de los niños de manera que el lenguaje que utilicemos los haga sentir queridos, capaces e importantes. Algunos criterios que se pueden tener en cuenta son:
1. Evitar palabras que juzguen, evalúen y etiqueten.
Prestar especial atención a aquellas que se refieran al carácter o la capacidad del niño: “malo”, “tonto”, “inútil”, “rebelde”, “irresponsable”, etc. Este tipo de vocablos son un obstáculo para cualquier persona, pero especialmente para los niños; hieren sus sentimientos y paralizan las acciones posteriores. Además de que les etiqueta de tal manera que, sin querer, les condicionamos a actuar de esa manera.
Supongamos una situación típica en la que un niño derrama un vaso de agua. Una reacción de cualquier padre o madre podría ser:
“¡Si es que te lo estoy diciendo, que ibas a tirar el agua, pero nunca escuchas! ¡Qué torpe eres! ¿Cuándo aprenderás a poner atención y ser más cuidadoso con las cosas?”
“¡Otra vez has tirado el agua! ¡Eres un descuidado, siempre tiras todo! ¿Por qué no puedes estar un momento quieto?”
¿Qué estará pensando, sintiendo o decidiendo ese niño o niña después de escuchar cualquiera de las reacciones anteriores?
Puede ser que sus esfuerzos se enfoquen en defenderse o culpar a alguien más. O tal vez esté pensando en que todo lo hace mal, que es un verdadero inútil, descuidado e incapaz de poner atención, o que ni siquiera sus padres confían en él. Y quizás decidirá que, si siempre es así, no merece la pena esforzarse para cambiarlo. Se dedicará a interpretar el papel que se le ha puesto.
2. Utilizar palabras que describan y alienten.
Si las palabras que evalúan y juzgan son un obstáculo, aquellas que describen lo liberan y le ayudan a seguir adelante o buscar soluciones.
Volviendo a la situación anterior sobre el vaso de agua derramado, una reacción diferente utilizando palabras que describan y alienten podría ser algo así:
«Veo que se ha derramado el agua, necesitamos una bayeta para limpiar.”
“¡Vaya, se ha derramado el agua! ¿Qué se necesita hacer para arreglarlo?”
Con cualquiera de las dos frases anteriores se describe lo que ha pasado (se ha derramado el agua), se evita la culpa y el foco se pone en la consecuencia, ya sea que el adulto proponga la solución o se aliente al niño a pensar en ella.
Por supuesto que es difícil morderse la lengua y no añadir ninguna otra expresión que juzgue, regañe o desacredite al niño. Se necesita mucha práctica intencional para ir cambiando las reacciones automáticas.
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3. No caer en elogios excesivos.
A priori, los elogios parecen ser una motivación y una buena estrategia para utilizar el lado positivo del poder de las palabras en la autoestima de los niños. Sin embargo, utilizarlos en exceso resultan más bien perjudiciales y hacen que el propio niño se cuestione sobre sus propias capacidades o que piensa que ha llegado a lo máximo de sí y no tenga intención de esforzarse más.
Palabras como “bueno”, “bonito”, “maravilloso”, “hermoso”, etc. en ocasiones también son inútiles, en especial si son repetidas constantemente, pues se interponen en el camino del niño y no les da mucha información relevante, especial y diferente.
Por ejemplo, cuando un niño nos enseña el dibujo que ha hecho y nos pregunta si nos gusta podemos contestar:
¡Me encanta, es precioso! ¡Eres un gran artista! Ya le hubiera gustado a Picasso poder pintar algo así a tu edad.”
Frases de este estilo pueden tener dos consecuencias: la primera es que siga haciendo dibujos sólo para escuchar elogios sobre ellos. Sin embargo, en algún momento se dará cuenta de que son palabras vacías, dichas incluso sin demasiada atención. Dejará de esforzarse y los dibujos seguirán siendo igual de “maravillosos”. Entonces descubrirá que algo no cuadra con lo que hace y la retroalimentación que recibe. Finalmente, la persona que ha elogiado demasiado pierde credibilidad.
La segunda consecuencia de utilizar elogios excesivos que estos suelen generar altas expectativas que recaen sobre los niños generándoles presión y estrés por cumplir con ellos.
Fíjate en las siguientes frases:
“¡Pero qué rápido nadas! ¡Eres el mejor nadador de todos! Así ganarás todas las competencias. ¡Tiembla, Michael Phelps!”
“Mi hija es súper inteligente, es la más lista de su clase, la que saca siempre las mejores notas. Seguro que de mayor podrá ser astronauta.”
El exceso y exageración de los elogios genera una especie de etiqueta positiva: “mejor nadador”, “gran artista”, “súper inteligente”, etc. Eso se queda en el autoconcepto que los niños van formando sobre sí mismos y mientras sea así, puede que tengan una buena autoestima. Pero les puede crear obsesión y estrés por estar a la altura de esa etiqueta.
Además, ¿qué pasa si un día, el “mejor nadador”, pierde una competencia? ¿Qué pasará si la niña “súper inteligente” suspende una asignatura? ¿Se verá afectada su autoestima? ¿Sentirá que ya no es valiosa? ¿Cuestionará sus propias capacidades? ¿Sentirá condicionada la aceptación y el amor de sus padres o de sus amigos? ¿Volverá a competir o a dibujar por placer?
4. Reconocer el esfuerzo y el proceso, no el resultado.
Uno de los errores más comunes y naturales es que las palabras que decimos juzgan, evalúan o incluso, describen los resultados y nos olvidamos de reconocer y valorar el esfuerzo realizado durante el proceso que lo ha llevado a ese final que estamos calificando.
El ejemplo más claro son las notas escolares. Se valora el resultado final y se “etiqueta” a los niños como listos, inteligentes, estudiosos o mediocres, tontos o con dificultades para el estudio. Aquellos que sacan buenas notas son listos, los otros son tontos. Los niños no son las notas que sacan. Lo importante no es si tienen un sobresaliente, sino el esfuerzo, trabajo, sacrificio o acciones que han hecho para obtener ese resultado. Quizás al que saca buenas notas no le implica mucho esmero y el que sacó una nota más baja ha hecho el mayor de los esfuerzos para conseguirlo.
5. Utilizar palabras que les transmitan amor incondicional.
Hay quienes tienen la creencia de que se puede decir cualquier cosa mientras se diga con amor. Pero, el amor se debe reflejar en las palabras, y aunque sean dichas “con amor” hay palabras que duelen, juzgan y etiquetan.
No obstante, decir un apodo con amor, seguirá siendo apodo; puede ser degradante y no gustar al niño. Por ejemplo, llamarle constantemente “manos de mantequilla” a un niño al que se le cae todo. Aunque las palabras sean dichas con mucho amor y cariño, puede no serle agradable y sentirse humillado.
Es de suma importancia recordar que las palabras llevan un potente mensaje implícito que transmite a los demás nuestros pensamientos y creencias, y que, además, dejan una huella en la persona. Por lo tanto, los padres no podemos permitirnos que los hijos piensen que el amor que les tenemos está condicionado a sus cualidades o defectos. No pueden pensar que los queremos más cuando sacan buenas notas, cuando ganan un partido o cuando cumplen con las expectativas que tenemos sobre ellos. Deben saber que los queremos y confiamos en ellos siempre y en cualquier circunstancia.
muy buena, es un cambio de paradigma y me enseña a ser mas asertiva en mi crianza y enseñanza, gracias por compartir su conocimiento y experiencia que nos enriquecen como personas para guiar nuevas generaciones.
¡Gracias a ti, Yolanda! 🙂