El Quijote decía que las comparaciones son odiosas, y yo añadiría que también son peligrosas y dañinas. Utilizar la comparación como una forma de “medirnos” con los demás puede resultar bastante perjudicial y deprimente. Ya lo dice el refrán popular: “el césped siempre es más verde en el jardín del vecino.”
Por otro lado, la comparación es una de las habilidades básicas del pensamiento. Por tanto, nuestro cerebro, de forma natural, busca constantemente semejanzas y diferencias entre variables de personas, objetos, situaciones, etc.
En esta línea podríamos afirmar que esta tendencia que tenemos los padres por comparar a los hermanos es casi natural. De hecho, en nuestra mente, comparamos a los hijos para tener puntos de referencia.
El problema está cuando esta comparación entre hermanos, que ocurre internamente en nuestros pensamientos, sale a la luz y lo expresamos, ya sea directamente a los hijos o porque estos escuchan una conversación que no está dirigida a ellos.
A continuación, veremos algunos de los peligros y de los daños que ocasionan estas odiosas comparaciones entre hermanos.
La comparación entre hermanos aumenta la rivalidad
“La comparación es la relación más peligrosa que el amor puede hacer.”
Soren Kierkegaard
Para todos los padres, las peleas entre hermanos son un verdadero dolor de cabeza. A todos nos gustaría que se llevasen siempre bien, que fuesen amables y que su relación fuera ecuánime y armónica. Pero nada más lejos de la realidad. Desafortunadamente, entre los hermanos, la rivalidad y la competencia está casi siempre presente y en ocasiones incluso hasta en edades adultas.
Y es que la relación entre hermanos puede comportar cierta rivalidad natural debido a que cada hijo está deseando encontrar un lugar desde el cual sentirse valorado, aceptado y amado de forma exclusiva. Cada hijo busca ser único y valioso; la mera existencia de otro(s) hijo(s) en la familia puede significar menos atención, tiempo o reconocimiento por parte de mamá y papá.
¿Te imaginas lo que siente un niño cuando lo comparas? Ponte en el papel del niño al que van dirigidas las siguientes frases:
En serio, tómate un momento y reflexiona sobre qué es lo que podrías pensar si te dicen esas frases. Si te cuesta trabajo empatizar, piensa que tu jefe o tu pareja te las dicen. Por ejemplo: «¿Por qué no puedes estar atenta a la reunión? Ve, aquí está todo el equipo escuchando, tomando notas y aportando ideas. A ver si puedes hacer tú lo mismo.«
Probablemente pasen por su mente ideas como las siguientes:
Con este tipo de pensamientos, podemos entender por qué los niños compiten entre ellos por ser el mejor o por llamar más la atención con su comportamiento.
De hecho, en ocasiones alguno suele llegar a la peligrosa conclusión de que, si no puede ser el mejor de los mejores, entonces será el mejor de los peores. Es entonces cuando algunos niños deciden llamar la atención siendo “malos”, porque no destacan lo suficiente portándose bien. Y entonces, de esta manera, consiguen tener el protagonismo y la atención que tanto buscan, aunque sea por algo negativo.
La comparación entre hermanos destruye la autoestima
Uno de los mayores problemas de las comparaciones entre hermanos surge cuando un niño, en su lógica privada, traduce esa atención compartida por “mamá y papá prestan más atención, amor o entusiasmo por mi hermano. Quizás yo no soy tan valioso y especial para ellos como él. Yo valgo menos.”
Cuando comparamos a un hermano con otro, le estamos enviando el mensaje de que no hace lo que esperamos de él. Al pedirle que nos gustaría que fuera o actuara más como un hermano no lo estamos aceptando como es. Más bien le estamos pidiendo, indirectamente, que sea “otra persona” a la que valoramos más.
Sucede entonces que ese niño pierde la noción de su valor intrínseco, aquel que tiene por ser él mismo. Se sentirá inseguro, incapaz, inútil y, desde luego, menos amado. Recuerda, no que esa sea la realidad, sino más bien es lo que él percibe, siente y piensa.
¿Y qué sucede si la comparación es en positivo, es decir que él es el beneficiado, aquel que es el modelo de referencia con el que comparan a los demás? ¿Beneficia entonces su autoestima?
En este caso pueden ocurrir varios posibles escenarios. Por un lado, puede sentir una presión por no bajar el listón, por no estar a la altura de las expectativas que el adulto tiene de él. Con lo cual, tampoco es un beneficio para ellos. Por otro lado, puede ser un blanco de desprecio, ataques e incluso bullying por otras personas que intentarán destruir su intachable comportamiento o que intentarán entorpecer para que no sobresalga más en aquella cualidad que los adultos consideran valiosa.
De cualquier manera, las relaciones entre las personas comparadas con aquellos con los que se les compara difícilmente serán cordiales, además de que, indudablemente, afectan la autoestima de alguno.
La comparación entre hermanos no motiva, desalienta.
Si alguna vez has comparado a tu hijo con un hermano seguramente no lo has hecho con una mala intención. Probablemente tu objetivo era motivar a ese hijo a hacer las cosas mejor o a tener un determinado comportamiento, tal como lo hace aquella persona a la que has querido usar de ejemplo para inspirar la forma de actuar de tu hijo.
Sin embargo, la comparación entre hermanos, en lugar de alentar aumenta la rivalidad, creando una competencia insana que la mayoría de las veces es innecesaria.
Cuando le dices a tu hijo una frase del estilo: “Carlitos deja siempre su habitación recogida antes de irse al colegio por la mañana. No es necesario que hagas referencia explícita a él diciendo algo así como: «¿por qué no puedes hacer tú lo mismo?» O, “si te apuraras por las mañanas seguro que tú también lo podrías hacer.” Él ya se encarga de completar la frase en su cabeza. Y, por supuesto, es algo que le duele y que no le resulta motivante sino todo lo contrario.
La comparación fomenta la competitividad insana
Mediante la comparación entre hermanos potenciamos claramente la competitividad. Podemos pensar que esto puede ser beneficioso para ellos ya que el mundo real es bastante competitivo; no siempre se es el mejor y uno debe de esforzarse siempre por sobresalir, y para ello se debe aprender a competir. Así que no tiene nada de malo en que los hermanos puedan entrenar esas habilidades.
¿A ver quién termina de comer primero? ¿Quién recoge más rápido los juguetes? ¿Quién hace mejor los deberes?…
Sin embargo, hay que saber encontrar un poco de equilibrio. La competitividad puede ser buena, pero hasta cierto punto. Estar siempre alerta, luchando constantemente por sobresalir incluso en casa puede ocasionar que se desarrollen síntomas físicos como dolores de cabeza, de estómago, contracturas musculares, de espalda, etc. o emocionales: ansiedad, desconfianza, hostilidad, entre otros.
Así que, si el mundo exterior ya es suficientemente competitivo, lo recomendable es que el hogar sea un refugio, un lugar seguro para que cada niño pueda SER y se sienta aceptado, querido y valorado tal y como es, sin el estrés de tener que demostrar nada ni comportarse como otra persona para sentir que importa.
Hay niños que son bastante competitivos o que estén tan acostumbrados a competir que cualquier comentario positivo que se haga sobre un hermano (o cualquier otra persona) se lo tomen como algo negativo hacia ellos.
Por ejemplo: “¡qué servicial ha sido Ana esta mañana al preparar el desayuno para todos!” Un hermano competitivo puede percibir como: “Vale, si ella ha sido servicial, me están diciendo a mí que yo no lo soy.” En estos casos es mejor reservar los comentarios positivos sólo para el oído del hijo que lo merece.
Cómo evitar las (odiosas) comparaciones entre hermanos
Para evitar la comparación entre hermanos, lo principal es valorar a cada hijo por ser como es. Observa detenidamente e identifica las cualidades y habilidades valiosas que tiene cada hijo. Hazle saber lo maravilloso que es por ser así.
Se consciente de que, si tienes varios hijos, no puedes educarlos de la misma manera ni pedirles que sean o se comporten igual. Cada hijo es único e irrepetible, con sus necesidades particulares a las que debemos dar respuesta y acompañar.
Otra estrategia que resulta muy útil es describir lo que ves o lo que te gustaría que hiciera sin comparar ni utilizar a otro hermano como referencia o modelo. Lo que sea que le quieras decir a tu hijo lo puedes hacer directamente sin hacer referencia a su hermano (primo, amigo, etc.). Simplemente requiere práctica y constancia.
Cuando hables con un hijo, dirígete sólo a él. Si él es quien saca a colación al hermano, haz caso omiso o dile amablemente que en ese momento no te interesa lo que hace o no su hermano, que ahora quieres hablar sólo de él.
Por ejemplo: “No soy tan bueno en fútbol como Carlitos, pero hoy metí dos goles jugando en el patio.” En lugar de decir: “ya sabes que Carlitos entrena mucho o ha practicado más…” no hagas referencia al hermano aludido y haz un comentario positivo sobre lo que te han dicho: “¡Dos goles! ¡Vaya, eso sí que ha sido un buen partido para ti!”
Si tus hijos se comparan entre ellos, no te preocupes. En muchas ocasiones no hay manera de evitarlo y tampoco pasa nada. Lo importante es que sepan que mamá y papá los ven como personas individuales y que no están para nada interesados en comparar habilidades o resultados.