
Con frecuencia, la falta de equilibrio emocional en los niños es catalogado de mal comportamiento. Cuando un niño pierde el control de sus emociones puede ser porque no las entiende, no sabe cómo expresarlas o porque su intensidad le han superado. Entonces actúa de manera socialmente mal vista: tiene rabietas, grita, pega, tira cosas, es inflexible, puede aislarse o decir cosas que hieran a los demás.
Seguramente hayas vivido algún episodio en el que tus hijos pierden el control de ellos mismos, de sus emociones y de su cuerpo. Pasa por ejemplo en las famosas rabietas y berrinches o un enfado que nosotros consideramos desmesurado por algo aparentemente sin importancia.
“La infancia consiste en aprender a experimentar un amplio abanico de emociones con diferentes intensidades y eso implica necesariamente perder el autocontrol a veces, cuando la intensidad de la emoción supera la capacidad de pensar con claridad.”
Daniel Siegel
Que ocurra todo esto en la infancia es normal, puesto que el equilibrio emocional es una habilidad que se aprende con el tiempo y con un adecuado acompañamiento. Para que los niños sean emocionalmente equilibrados necesitan de unos padres que también lo sean.
Un niño -y una persona- equilibrada emocionalmente es capaz de lograr una estabilidad en sus emociones: las siente y expresa adecuadamente, es flexible y no deja que éstas la dominen. Además, es capaz de considerar las diferentes opciones que tiene, toma decisiones y recupera la serenidad después de pasar por momentos difíciles o sensaciones desagradables.
El cerebro de los niños no está desarrollado lo suficiente como para tener ese equilibrio emocional que muchas veces les exigimos. Los adultos, que tenemos el cerebro completamente desarrollado, somos quienes debemos ayudarles a recuperar la estabilidad. Y aún así, muchas veces somos los que perdemos más el control y nos cuesta actuar de manera ecuánime.
De cualquier manera, es nuestra función como padres darles ejemplo, apoyo y el acompañamiento que necesitan para ir desarrollando estas habilidades que les ayuden a mantener el equilibrio con más facilidad en el futuro. Ellos se sentirán más seguros si notan que nosotros somos capaces de mantener la serenidad y el control.
El equilibrio emocional en la relación padres e hijos.
Cuando un niño pierde el control de sus emociones, nuestro deber es no contagiarnos o hacernos partícipes de ellas. Tampoco debemos rescatarlos ni impedir que se enfrente a ellas o apartarlos para que se controlen solos: “fuera de mi vista hasta que se te haya pasado el berrinche.” Y, mucho menos debemos utilizar el chantaje emocional: “si sigues llorando me voy a enfadar”, “me pongo triste cuando te enfadas”.
El punto optimo ideal es estar lo suficientemente distantes como para permitirles que experimenten sus sentimientos y vivan experiencias difíciles, pero estar lo bastante cerca para que se sientan acompañados, confortados, seguros y capaces de encontrar ellos mismos de nuevo la tranquilidad y el equilibrio. Acompañarlos serenamente en las pequeñas frustraciones los preparará para responder de manera flexible y con resiliencia en los momentos más difíciles de su vida.

Cuando no estamos en el punto óptimo de equilibrio, la balanza se puede inclinar hacia el distanciamiento sin vinculación o hacia la vinculación sin distanciamiento. Te explico en qué consiste cada uno con un ejemplo muy claro: una mamá o papá en el parque con su hijo.
El distanciamiento sin vinculación es cuando el niño grita desde los juegos: ¡mira mamá! y ella no presta atención, está todo el rato mirando el móvil o hablando con otras personas sin voltear a ver al niño en ningún momento.
Por otro lado, la vinculación sin distanciamiento ocurre cuando la mamá o el papá están pegados al hijo dirigiéndole en cada paso que da. Está, por ejemplo, al lado de él en el tobogán para ayudarle a subir y dándole la mano para bajar cuidando en todo momento de que no se caiga o se haga daño. (Evidentemente teniendo en cuenta la edad.)
Estos últimos son los conocidos como “padres helicóptero”, que sobrevuelan todo el tiempo alrededor de los hijos para protegerles, o al menos eso piensan, y solucionarles cualquier inconveniente que puedan tener.
Ninguno de los dos extremos es respetuoso con el niño y sus necesidades, uno por negligente y el otro por sobreprotector.
Cuando ocurre el distanciamiento sin vinculación, los niños están de alguna manera abandonados emocionalmente. En estos casos, los padres tienden a quitar importancia a lo que sus hijos sienten, los critican o se avergüenzan por sus sentimientos. Esto les hace mucho daño a los niños pues al final se les culpa y castiga por experimentar algo completamente normal y humano.
Por otro lado, en la vinculación sin distanciamiento, se les ahoga sin permitirles que experimenten ellos mismos las dificultades de la vida, se les rescata constantemente y se les soluciona cualquier inconveniente con la finalidad de que no sufran. De esta manera los niños no desarrollarán las habilidades que necesitan para enfrentarse a la vida ellos mismos.
Así pues, nuestra labor como padres y madres es acompañarlos en los momentos difíciles, consolándolos serenamente, permitiéndoles sentir y participando codo con codo en la resolución de problemas, de tal manera que ellos puedan descubrirse fuertes y capaces de manejar por sí mismos situaciones complicadas y superarlas con éxito.
El equilibrio emocional en los niños requiere una vida equilibrada
Para lograr niños equilibrados, es necesario que éstos tengan una vida y un horario equilibrado que les permita cubrir sus necesidades fisiológicas y, además, ser niños normales sin tener cada minuto de su día programado.
Al igual que existe el plato Harvard para llevar una alimentación sana y equilibrada, Daniel Siegel y David Rock crearon el “plato de la mente sana” para explicar aquellas actividades esenciales diarias que ayudan al bienestar mental y emocional de los niños. Ellos proponen incluir en el día a día de los niños:
- Tiempo de concentración: concentrarse en alguna tarea asumiendo objetivos, retos y desafíos. En este tiempo se establecen conexiones profundas en el cerebro.
- Tiempo de juego: momentos en que se les permita ser espontáneos y creativos, explorar y descubrir libremente. En este tiempo contribuimos a que se creen nuevas conexiones en el cerebro.
- Tiempo de relación: pasar tiempo con la familia y amigos para aprender todo lo que estas relaciones aportan. De esta manera se activan y refuerzan los circuitos relacionales del cerebro.
- Tiempo físico: tiempo en el que se les permita moverse, saltar, escalar, correr, etc.; todo tipo de ejercicio aeróbico que tendrá beneficios en su estado físico y también fortalecerá su cerebro de muchas maneras.
- Tiempo de interiorización: tiempo en el que miramos hacia dentro, reflexionamos en silencio, nos centramos en nuestras emociones, sentimientos y pensamientos. De esta manera el cerebro estará mejor integrado y se favorece además el autoconocimiento.
- Tiempo de inactividad: aquel en el que no están concentrados ni tienen ningún objetivo específico, sólo se deja vagar la mente y relajarse. De esta manera el cerebro se recarga.
- Tiempo de sueño: dormir es la higiene cerebral. Necesitan descansar para consolidar lo aprendido, para favorecer su capacidad de recordar, ser pacientes, flexibles y hasta para procesar adecuadamente los alimentos. El cuerpo utiliza el tiempo del sueño para recuperarse de las experiencias del día y comenzar un nuevo día frescos y con energía.

Lo ideal es balancear y equilibrar todas estas actividades a lo largo del día. Por lo general, los niños ya suelen pasar el suficiente tiempo de concentración en el colegio. Sin embargo, les falta tiempo de juego y físico. Por este motivo, cuando salen necesitan jugar, moverse y saltar.
Es importante favorecer también el tiempo de inactividad. Los momentos del clásico “me aburro” son necesarios para un óptimo desarrollo cerebral, para que dejen ir su mente y su imaginación
Y, por último, respetar las horas necesarias para el sueño y el descanso, sin sacrificarlas para hacer otras actividades. Cuando los niños no duermen las horas suficientes y no descansan, están más irritables y susceptibles.
De la misma manera, si no han tenido tiempo durante el día de jugar y moverse libremente, se pueden encontrar más alterados porque tienen todavía mucha energía que desquitar en otras actividades. En definitiva, cuando un niño tiene tiempo para todas lo anterior es más probable que pueda mantenerse equilibrado emocionalmente durante más tiempo.
Como ves, el equilibrio emocional de los niños comienza teniendo un buen equilibrio en su rutina y una relación sana con los padres.