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junio 15, 2020

Conectar no es malcriar


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Hace algunos años, cuando mi hija mayor tenía apenas un par de meses, escuché a una mamá que pedía consejos a un grupo de madres sobre cómo hacer para que su bebé se acostumbrara a no reclamarla continuamente. Sus palabras se me quedaron muy grabadas. Ella dijo “no quiero que se acostumbre a que yo vaya cada vez que ella quiera.”

Entonces, en mi escasa experiencia como recién estrenada mamá, yo pensé: “si mi hija no puede contar conmigo para cuando me necesite, entonces qué tipo de madre sería y qué tipo de hija estaría criando.”

Desde luego que los papás queremos que, en el futuro, los hijos sean personas autónomas, capaces de resolver sus problemas y tomar -buenas- decisiones, emocionalmente fuertes, con buena autoestima, etc.  Pero Roma no se construyó en un día, y el proceso de educar a los hijos y acompañarlos para que sean las personas virtuosas, íntegras y maduras que nos gustaría tampoco ocurrirá de la noche a la mañana. (Te recomiendo leer: Educar con enfoque a largo plazo.)

Pero sucede que muchas veces los papás tenemos miedo a que los niños se “acostumbren” a las “malas costumbres”. Y más aún, nos da terror malcriarlos (o lo que sea que entendamos por malcriar).  

¿Por qué tenemos la creencia errónea de que, si atendemos las necesidades de los hijos, si acudimos a ellos cuando lloran o nos necesitan, si les brindamos el consuelo o el confort emocional que requieren, los vamos a malcriar?

Conectar vs. malcriar

Conectar no es malcriar. Malcriar no tiene nada que ver con demostrar amor, estar emocionalmente disponible ni acompañar en situaciones complicadas y difíciles de manejar para los niños.

Malcriar es educar mal, es decir, quitarles la posibilidad de que aprendan. Esto sucede condescendiendo demasiado a sus caprichos, dándoles un exceso de objetos materiales, diciéndoles a todo que sí, haciendo todo por ellos sin darles la posibilidad de crecer y experimentar por ellos mismos, sobreprotegiéndoles de cualquier dificultad, etc.

Malcriar supone tratarlos de tal manera que les quitamos oportunidades de crear resiliencia y de aprender valiosas lecciones para la vida, por ejemplo: esforzarse para conseguir lo que se quiere, afrontar las dificultades y decepciones, demorar la gratificación y ser perseverantes, valorar las pequeñas alegrías, la satisfacción de conseguir algo por sus propios medios, etc.

Además, malcriar incluye también no atender a las necesidades emocionales y afectivas de los hijos así como hacerles creer que el cariño y el amor que les tenemos depende de su comportamiento. Darles exceso de objetos materiales para sustituir nuestra presencia física y emocional es también otro factor por el que se malcría a los hijos.

Por otro lado, conectar tiene que ver más con educar desde la comprensión y la compasión, en el sentido de bajar (literal y figurativamente) a la altura del niño para entender el mundo desde su perspectiva. Es también atender y responder a las necesidades afectivas, ofrecer consuelo y acompañar en momentos difíciles.

Lograr una conexión con los hijos es alimentar una relación afectuosa, conseguir que ellos se sientan importantes, valiosos y tenidos en cuenta y demostrarles amor incondicional, aún cuando no estamos de acuerdo con sus decisiones o sus actos.

El miedo a malcriar a los hijos comienza desde que son bebés, cuando decidimos no cargarlos, arrullarlos o acudir a ellos cuando lloran porque entonces “se van a embracilar”, “te van a coger la medida”, “se está aprovechando de ti”, etc.

Un bebé no se va a malcriar porque los padres atiendan cariñosamente su necesidad de contacto físico, de cariño, de protección, etc. Por el contrario, no responder al llanto de un bebé, que es la manera en que se comunica, cuando lo requiere puede tener consecuencias negativas para su cerebro y para el establecimiento de un apego seguro.

Malcriar, de acuerdo con Siegel y Payne, no tiene nada que ver con conectar con el niño cuando está alterado o tomando malas decisiones. No malcriamos a un niño por el hecho de proporcionarle un exceso de conexión emocional, atención, afecto físico o amor. Cuando los hijos nos necesitan, hemos de estar a su lado.

Por ejemplo, conectar es comprender que una situación le genere frustración o tristeza, estar a su lado durante este sentimiento y consolarlo. Malcriar sería evitarle a toda costa esa frustración resolviendo el asunto para que el niño no tenga que pasarlo mal o quitarle importancia a la tristeza.

Conectar no significa permitir que los niños hagan lo que quieran justificado por la emoción que sienten en ese momento. Por ejemplo, no dejamos que un niño haga daño a otro porque está enfadado. Significa más bien que entendamos y aceptamos que se sienta enfadado, pero le hacemos ver que la acción que ha decido hacer para mostrar su rabia no adecuada ni aceptable.

Por último, es importante decir que conectar con los hijos no los hará débiles, llorones o quejicas, el cual es el temor de muchos padres. Por el contrario, estar disponibles emocionalmente y atender sus necesidades afectivas hará que crezcan más seguros de sí mismos y con buena autoestima, confiados en que pueden contar con sus padres en cualquier circunstancia porque son importantes y valiosos. (Te recomiendo leer: La relación entre la autoestima y el apego seguro.)

Como ves, conectar no es malcriar, sino que es educar desde la comprensión y la compasión, sintonizando con el mundo interior de tu hijo.

Si te interesa aprender a conectar con tus hijos para mejorar vuestra relación, en el curso ABC para educar con enfoque positivo hay un apartado entero dedicado a explicar con mayor profundidad esta estrategia.

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